Te
acuerdas de esa vez cuando saltamos de un acantilado, ¿verdad? Sí, esa en la
que todavía teníamos la edad de desayunar cuando nuestros padres ya nos estaban
mandando a la cama y las agujas del reloj bailaban alrededor de las doce sin
importarle si eran de la mañana o de la noche.
No
mientas, que sé que para ti se ha convertido en hábito.
Sé
que lo recuerdas. Porque ni tú ni yo somos ya niños pequeños. Y pensé que
éramos un cuento eterno disfrazados de Peter Pan, Campanilla, Wendy y sus
hermanos, pero crecimos, el polvo mágico se acabó y Capitán Garfio acabó
ganando. Creo que el que estaba contando nuestra historia se aburrió de tanto
repetirla. Supongo que éramos demasiado predecibles.
Pequeños
pájaros azules volando atardeceres rojos y naranjas, dices. Dijiste. O al
menos, mudo que eras te escuché y miré al cielo. Tenías razón. Y la caída valió
la pena, aunque las rocas acabaron por romper lo que tú terminarías más tarde.
Dos meses con yeso. Una bronca. Una discusión. Y miles de firmas baratas que
tan solo querían dejar su nombre en un lienzo que acabaría en la basura cuando
la fractura estuviese recuperada.
Como
si pudiésemos recuperarnos cuando el problema deja de existir.
Y
las cartas. Todavía no lo entiendo. Eran millones de palabras y sabías que solo
eran amigas de todo el daño que estaba ahí, sentado, esperando a que le diera
la mano y me llevara bien con él. Me hiciste escupir mi primera cita y
ensuciarla como si hubiera puesto una taza de café encima. Y sabes que yo no
bebo café. Me hiciste soltarlo todo, porque por dentro era una hemorragia
interna. Sé que estabas intentando ayudar, pero lo que hiciste fue darme un
globo sabiendo que tenía una aguja en la otra mano.
Son
tantas cosas y sin embargo lo tengo todo guardado en esta memoria mía y, si me
olvidara de cualquier detalle, tú estarías tocando la puerta de mi habitación
tan solo para aclararte la garganta y susurrarlo. Esa vez cuando decidimos que
era una buena idea meter el neumático hinchable en la bañera, o cuando pusimos
tanto hincapié en rozar la luna que lo intentamos con el columpio del parque
cerca de mi casa, balanceándonos hasta tocarla con los dedos de los pies.
Éramos unos críos. Y cuantas más velas soplábamos, más locos nos volvíamos. El
cohete en miniatura para el proyecto del colegio. Mis padres todavía tienen
miedo de que queme de nuevo la cortina. Y no dejemos en el tintero ese primer
día de invierno que me convenciste para rodar colina abajo para ser un muñeco
de nieve.
Cuántas
locuras me has hecho hacer. Y no sé si arrepentirme sabiendo que todavía me
queda un buen tiempo contigo.
Qué
has hecho conmigo, corazón.
Sé
que tenemos que estar juntos de por vida, porque sin ti no puedo vivir,
literalmente, pero todavía me pregunto qué te he hecho para llevarme por los
callejones sin salida, los cielos con grietas y las heridas que escuecen. Y tú
encima le echas sal.
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